Vanishing Memory Log

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[La que piensa en voz alta mientras espera:]

Si he de decir la verdad no sé que decir. Esperar a que llegue quien sea, deseando no haberme equivocado de lugar o de convocatoria, de ser la persona que firmó el acta de acceso; no se me da bien, lo asumo. Como tengo asumidas tantas cosas, que mi nariz no es grande y yo en conjunto no soy demasiado pequeña.
Hablar tampoco; se me da bien, digo. Las ideas son perezosas al salir de mi cabeza. Será mejor que me vaya, es cobarde, pero es tal vez lo más digno.
Espero cinco minutos más y abandono, no le espero. De todos modos no sé qué voy a decirle.
Siempre que llega parece que hablamos, pero sólo pedimos turno para las intervenciones. Una idea detrás de otra.
Yo creo que le escucho, pero luego no recuerdo nada. Suele quedar un aire espeso cuando desaparece que deja una sensación pegajosa en los puños, apretados.
Me ocurre, a veces, pero me digo que aprendo, que algo se está forjando.
Imagino un metal al rojo, y golpes y más golpes y la confianza de que todo ese tortuoso trabajo es el único camino para una pieza única.
La confianza es algo escurridizo. Sólo se consigue si se experimenta el riesgo. Si no hay peligro de caer no sirve de nada que te agarre una mano en el último segundo.
La confianza empieza en el miedo y para colmo es un camino de dos. Es un tango donde ambos guían. Es caminar en el Hades imaginando que ella camina justo detrás, sin poder confirmarlo nunca.
Las palabras son también escurridizas. Dar con las sinceras, las que no construyen artificios, las que me dibujan en una línea firme que no levanta el puño del papel; que atraviesan el espacio y se entienden.
Tal vez ese sea el problema. Que me empeño en agarrar el agua. Que imagino espadas mágicas clavadas en la roca. Ya está bien, le espero y que sea la tormenta, o la poza en calma, o el silencio. Sea.